El TS pone fin al calvario de este hombre que fue denunciado falsamente por su mujer.
Teo no duerme. Se tumba y le levantan los calambres. No encuentra palabras. “La ansiedad se convierte en dolor. De verdad, ocurre. Los brazos, las piernas…. Tengo que ponerme en pie. No sabría cómo describirlo”.
El 30 de enero de 2013, su expareja le acusó de haber violado a su hijo. También de haber abusado del perro ante los ojos del niño, que entonces tenía ocho años. El juez lo mandó a la cárcel. “Fueron tres años, dos meses y cuatro días”, repite. El pasado mayo, tras la repetición del proceso, fue declarado inocente y puesto en libertad. Pero quedaba la incertidumbre, la posibilidad de volver a sufrir la noche en vela entre rejas. Su mujer recurrió el fallo. Ahora, el Tribunal Supremo le ha dado la razón definitiva: es inocente. Esta vez para siempre. La sentencia a la que ha tenido acceso EL ESPAÑOL lo deja claro: “Absolución”.
«EL DAÑO ES IRREVERSIBLE»
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“Me han ignorado, me han tenido en prisión sin pruebas, el daño es irreversible”, relata Teo Leandres (1966), albañil de profesión antes de que “todo esto” empezara. Los kilos perdidos le obligaron a renovar el armario tras salir de la cárcel. Todavía no tiene teléfono móvil. Su abogada, Ana de Silva, viaja de Huelva a Gibraleón -a 12 kilómetros- cuando hay novedades. Como la de este martes por la tarde. “Por fin, imagínate lo que fue decirle que había sido condenado a catorce años, más y cuando tenía claro que era inocente. Ahora es todo lo contrario”, respira la letrada.
Ser reo le cambió. Por fuera y por dentro. Desde que salió de la cárcel, caminó casi todos los días hasta el Cristo de la Sangre. “Le pedía que me declararan inocente de una vez. Me lo ha concedido, estoy seguro. Ahora sigo yendo. Si está para lo malo, que también esté para lo bueno. Me he vuelto creyente. Lo siento aquí, conmigo. Sin su ayuda estaría muerto”.Fueron catorce años, una indemnización de 40.000 euros y la prohibición de ver a su hijo. Todo ello tras la ruptura, en agosto de 2012. Hubo gritos en la calle, insultos. Francisca le denunció y consiguió una orden de alejamiento de seis meses. Pero un día antes del vencimiento del plazo, otra denuncia: felaciones, penetraciones anales, zoofilia. «¡A mi hijo!». Entonces, a la cárcel. “Tres años, dos meses y cuatro días”, recalca otra vez.
«NADIE PUEDE DEVOLVERME A MI HIJO»
“Aunque en realidad, esto no ha acabado”, lamenta Teo. “Nadie puede devolverme a mi hijo. Quizá nunca pueda volver a verlo. Todo este tiempo ha estado con su madre, ha recibido más de ciento cincuenta sesiones de terapia… Tengo miedo, puedo encontrarme cualquier cosa. Seguro que piensa que soy un monstruo”.
Teo salió de la cárcel con la esperanza de recuperar, de abrazar, pero los psicólogos no se lo aconsejan: “Él está en Gibraleón, yo en Huelva. No le he visto desde que me metieron en la cárcel. Creo que es irrecuperable, he perdido”. Si Teo- se llama como su padre- se ha creído algo, ha sido “a posteriori”.
“En las declaraciones que se le tomaron antes del primer juicio, no dijo en ningún momento que su padre hubiera abusado de él. Hubo silencios, evasivas ante las preguntas. Entonces los psicólogos interpretaron y redactaron su informe”, interviene la abogada. “Es algo nunca visto. Fui yo, y no la acusación particular, quien tuvo que exponer las pruebas, que le exculpaban, claro”.
Con estas palabras hace referencia, por ejemplo, al examen médico al que fue sometido el hijo de Teo. Se percibió cierta dilatación anal, aunque los médicos no lo relacionaron con una presunta violación. Más tarde, los propios doctores recalcaron que aquello podía deberse a varios problemas intestinales padecidos por el menor.
«MI INOCENCIA SE ESFUMÓ DE UN PLUMAZO»
“Mi presunción de inocencia se esfumó de un plumazo. Me dio vergüenza ser español. La chabacanería y los intereses particulares se impusieron a la verdad”. Con estas palabras cierra el debate jurídico, aquel primer juicio que Ana de Silva tacha de “irregular”. “Los magistrados tuvieron acceso al sumario durante la instrucción y dictaron el fallo con una idea preconcebida”.
También sufre el estigma social. Cuenta la letrada: “Ya sabes eso de que una mentira repetida mil veces… ¿Se creerá una nueva pareja que aquello por lo que fue condenado es mentira? Es sólo un ejemplo de lo mucho que puede quedar de todo esto”.
Teo. Del subidón “a la realidad”. El 11 de mayo, un funcionario de prisiones le dijo: “Haz el petate, que te vas”. Vibró, lloró, lo celebró con su hermana. “Pero claro, todavía quedaba la posibilidad de que me volvieran a encerrar. Ella había recurrido la sentencia. Los barrotes no importan, fue una agonía tremenda”, explica. Aunque eso de la felicidad “está lejos”. “¡Me han arrebatado a un hijo! ¿Alguien sabe lo que es eso? No, nadie lo sabe hasta que le ocurre”. Porque Teo viajó esposado en coches policiales, como si fuera un violador. Es el reo n.º 2013/0554539. Y eso está grabado a fuego, no se borra. “Encima por abusar sexualmente de un hijo. ¿Hay algo peor que eso?”.
«TENGO EL SENTIMIENTO DEL PERDEDOR»
De ahí que Teo no dé a su historia un aire de remontada. “Me han quitado la alegría de vivir. No sé, antes me reía más. La sentencia dice que he ganado, pero tengo el sentimiento del perdedor”. Los días se han vuelto todos iguales: “Ya sabes, la preocupación de llegar a fin de mes”. No tiene empleo ni derecho a paro, apunta su abogada.
Cuando se le pregunta por lo que viene, Teo responde: “El ser humano, como parte de la naturaleza, tiene instinto de supervivencia. Saldré adelante, pero quedarán heridas”.
La verdad se ha impuesto, pero… “¿Cómo se pagan cuatro años de una vida? ¿Cómo se paga la infancia perdida de un hijo?”
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